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lunes, 31 de diciembre de 2007

Brevísima antología de la violencia machista (Volumen II)

Chez Berlín concluye el año con una nueva entrega de su Brevísima antología de la violencia machista en la literatura del siglo XX. Toma la palabra en el presente fascículo el yayo William S. Burroughs con un sample de El Almuerzo Desnudo. Feliz 2008 a todos:


A. J. pasea por el mercado con capa negra y un buitre trepado en un hombro. Se detiene junto a la mesa de unos agentes.

—Les contaré algo bueno. Chico de quince años, en Los Ángeles. El padre dice que ya es hora de que eche su primer polvo. El chico tumbado en el césped leyendo tebeos. Sale el padre y dice: «Hijo, aquí tienes veinte dólares; quiero que te busques una buena puta y le pegues un buen palo.»

»De manera que coge el coche y se lo lleva a una casa de putas finas y le dice: “Bueno, hijo. Arréglatelas tú solo. Llama al timbre y cuando te abran le das los veinte dólares a la mujer y le dices que quieres pegarle un palo.”

»—Vale, papi.

»Como al cuarto de hora, sale otra vez el chico.

»—Qué, hijo, ¿ya has echado el palo?

»—Da buten. La fulana me abrió la puerta y le dije que quería pegar un palo y le solté los veinte machacantes. Subimos a su cuarto y se puso en pelotas y yo saqué mi cadena y le solté un palo del copón y la tía empezó armar semejante cristo que tuve que coger un zapato y machacarle la sesera. Después me la follé para quedarme contento.

sábado, 29 de diciembre de 2007

Acaba con él, muchacho (Audio)

¡Prueben, prueben! La línea experimental Ibrahím Berlín otoño-invierno ha llegado a la pasarela. Saboreen esta Really Good Shit con sus auriculares al máximo:

http://www.twango.com/media/Ibrahim-Berlin.public/Ibrahim-Berlin.10002

(Acaba con él, muchacho en: http://ibrahim-berlin.blogspot.com/2007/09/acaba-con-l-muchacho-lecciones-de.html)

viernes, 28 de diciembre de 2007

Mingoya, Nicholas Ray y Porcela contra las buenas costumbres

Ruego encarecidamente la lectura del artículo de Fernández Porta Sobre la difamación mediática y retirada de la circulación del libro de Hernán Migoya Todas Putas. Por lo que a mí respecta, tan solo añadiré un par de subversivos sampleos que atentan contra las buenas costumbres, sampleos del todo imposibles de publicar en la actualidad:

Quiero decir que si en alguna ocasión él se atreviera a dar un bofetón a mi madre, quizá ella fuera feliz y dejaría de fastidiarle de una vez. Porque ellas le convierten en nada, ¿sabe? Lo que se dice en nada.

James Dean, Rebelde sin causa.



A fines de septiembre apareció una nueva novela de amor: El vórtice de las pasiones. Luisita se apresuró a pedirme que se la comprase; se la compré; se la tragó en una noche y, como la protagonista del libro engañaba a su amante, Luisita comenzó a engañarme a partir del siguiente día.

Le rogué, le supliqué.

Luisita no me hizo caso.

Me arrastré por el suelo llorando y mendigando una fidelidad que necesitaba para seguir viviendo.

Luisita volvió a desdeñarme.

Le juré que si no me amaba como antes me dispararía un balazo en la sien izquierda.

Luisita conservó su actitud despreciativa.

Le pedí por Dios, por los santos y por sus muertos más queridos.

Luisita no me contestó siquiera.

Entonces alcé la manga de mi camisa, la doblé sobre el antebrazo y le aticé a mi novia doce bofetadas gigantescas seguidas de seis puntapiés indescriptibles.

Enrique Jardiel Poncela, Amor se escribe sin hache

martes, 25 de diciembre de 2007

"Yo siempre he dicho que en el instituto hay que darles de leer a Bukowski" (Conversaciones con Vicente Luís Mora)

Aunque de sobra conocido por los lectores de este blog, Vicente Luís Mora es actual director del Cervantes en Nuevo México, autor de obras como Circular, Subterráneos o Construcción, y, desde luego, una de las figuras que más tiene que decir en el actual panorama de la literatura española. Un día después de su regreso de Estados Unidos, nos dirigimos para conversar de casi todo a un café sito en Nuevos Ministerios. Línea 6. Circular, ni que decir tiene.




IB: Aparte del frío de Nuevo México, ¿qué tal tu experiencia como reciente director del Cervantes en Alburquerque?

VLM: Bien, estoy muy contento. Hay mucho trabajo por hacer. Es un centro pequeño y tengo la misión de hacerlo crecer. Será una cuestión que lleve su tiempo porque Nuevo México es una zona un poco complicada por el entendimiento del idioma. La enseñanza del español tiene allí muchas particularidades.

¿En qué proyectos estás trabajando allí?

Primero consolidar la institución, porque no es demasiado conocida en la ciudad, y luego la puesta en marcha de un par de ciclos nuevos; uno se llama Burque poético, que es un encuentro entre poetas hispanoamericanos y nuevomexicanos, y también la consolidación de otro ciclo ya existente y que consiste en traer hispanistas para ver como está la situación en Hispanoamérica. Otro ciclo que quiero poner en marcha se llama Literatura en la frontera: siendo Nuevo México lugar de encuentro —está justo en la frontera—, es un punto entre los hispanoamericanos y los norteamericanos, entre la inmigración y la población asentada, entre literatura convencional y nuevas tecnologías…

Enhorabuena por el premio de ensayo Ciudad de Málaga, que acabas de recibir con Topomaquias. Espacios entre arte y literatura. Adelántanos de qué trata este ensayo.

El título es aún provisional, no sé si acabará llamándose así, pero la idea era bucear en la idea de lugar y en la idea de espacio; examinar el lugar donde lo literario se convierte en un espacio, las repercusiones que eso tiene para la obra, para la trascendencia de la obra…; los cambios, en fin, de la idea del espacio literario desde Mallarmé a nuestros días.

El tema del espacio, que comentabas en una entrevista con El Coloquio de los Perros como una de tus obsesiones como autor.

Sí, de pronto un día me di cuenta que el espacio estaba detrás de todo lo que hacía, tanto en prosa como en poesía, tanto en narrativa como en verso; y uno investiga sobre sus obsesiones cuando es libre; eso es lo bueno que tiene no tener vinculación universitaria. Me di cuenta de que eso me obsesionaba, como me obsesiona también la idea del sujeto, pero me interesa más el espacio porque es más generoso. Sobre el sujeto se ha investigado siempre como el ego que es, y con el tiempo estoy empezando a saturarme de tanto ego, tanto del mío como del de los demás. El espacio es más llevadero, nos implica a todos. Y Topomaquias es eso: la indagación en la idea del espacio como un lugar en el que suceden cosas, sobre todo un lugar en el que las cosas se fijan de un modo permanente.

¿Se puede encontrar algún antecedente a este ensayo en alguno de los anteriormente publicados?

Pangea tiene una parte al final, después de la bibliografía, donde hay un acercamiento un poco más filosófico, más denso; ahí se desarrollan algunas de las ideas en las que se hablan en el ensayo, siendo una de ellas la del espacio. Habla del ciberespacio y se remonta a la consideración posmoderna de cómo se acercan algunos autores al tema del espacio urbano.

¿Cuándo saldrá publicado Topomaquias?

En marzo.

Si no me equivoco, eres uno de los primeros usuarios del Amazon Kindle.

Todavía no me lo he comprado, pero me parece que voy a ser uno de los primeros. Quiero hacer la prueba, a ver si de verdad es comparable con la lectura del libro.

Imagino que si llega a consolidarse esta idea también afectará a las editoriales, que tendrán que empezar a volcar sus textos.

Ya lo hacen, pero no en España. Investigando sobre el tema, he visto que por ejemplo en Japón uno de cada dos libros ya se hace en formato digital. El año pasado, una de las novelas más leídas se leía directamente en el teléfono móvil.

¿¿Teléfono móvil??

Sí, porque en el metro de Japón no hay espacio literal para abrir un libro. Por eso se están poniendo de moda las novelas especialmente diseñadas para leerse en SMS.

Respecto a tu producción, ¿qué nuevos desafíos te propones en lo literario?

En narrativa me propongo seguir investigando en la línea de Circular, aunque ya tengo en mente un par de narraciones más largas. En poesía estoy a punto de terminar un libro que llevo diez años escribiendo. Con respecto a mis proyectos siguientes, me interesa la absoluta libertad para plantearme cualquier tipo de cosa absurda y poder llevarla a lo literario.

¿Cómo va a ir encaminado este nuevo libro de poesía?

No quiero hablar mucho sobre el libro, sólo digo que va a ser muy raro, todavía más que los anteriores; y se va a llamar Tiempo.

¿Hacia dónde está derivando Circular?, ¿hay cambios con las antecesoras?

Mi marcha a Alburquerque va a influir incluso con respecto a la idea que tenía del libro. Circular se está globalizando…

…Como ya comentabas en el prólogo de Circular 07.

Sí, el mundo se globaliza y Circular con él; pero Circular se globaliza más, más rápido que el mundo (risas). De pronto, no es que Madrid se me hubiera quedado pequeña, pero tener más espacio, más distancia, sirve para ver de otra forma las cosas, que el mundo no se agota en Madrid. Y Circular va a cruzar el charco.

Estamos hablando de Circular 08, ¿no? Porque aún te quedan Circular 08 y Circular 09.

Sí, de momento. No sé si seguiré después, pero desde luego esas dos las tengo prácticamente escritas.

Advierto cierto pesimismo en tu intención de describir el efecto de Madrid. Tomo un fragmento de Circular 07, ese que dice: «He montado cientos de veces en esta línea de metro, a distintas horas, en diferentes días y jamás he visto a alguien que no pareciera deprimido o extremadamente cansado, piensa para sí el joven psiquiatra.» Otros fragmentos en esta línea, por ejemplo, son: Poblado de Canillas, Calle Caballero de la Triste Figura, Avenida de Abrantes, Pinto. Ambulancia…

Siempre que vengo a Madrid —y vengo mucho—, la veo como una ciudad exasperante; y de la exasperación a la desesperación no hay nada más que un paso. La veo una ciudad desatada por la prisa, por la soledad, por el miedo a la soledad, por el miedo a la angustia. Y eso lo veo, lo capto perfectamente por las caras de las personas con las que me topo. Yo salgo más, estoy más tiempo en la calle en Madrid que en Córdoba o que ahora en Alburquerque. En las ciudades donde vivo estoy prácticamente siempre metido en mi cuarto, ya sea en mi trabajo o en mi casa escribiendo o leyendo. Pero en Madrid estoy todo el día en la calle. Y yo solo digo lo que veo, y lo que veo es eso.

Buena parte de tu obra ensayística persigue justificar ante los lectores más reacios la necesidad de renovación; y esto me remite a La historia de la literatura como provocación, de Jaus, o al célebre Apocalípticos e integrados, de Eco. Francamente, ¿no te resulta aburrido disertar sobre este eterno debate generacional?

Creo que no hay debate ninguno. Las obras que nosotros consideramos clásicos fueron en su momento todas experimentales. Lo que pasa que yo me adelanto a los acontecimientos, y sólo digo que aquellas obras que sean ambiciosas, complejas y que se adelanten a su tiempo tienen muchas más posibilidades de permanecer que las demás.

Pero sí que es cierto que, por ejemplo, en La luz nueva hay fragmentos que tratan de justificarse ante aquellos que no confían en esta nueva Pangea que promueves. Me viene a la cabeza cuando por ejemplo citas a Eliot; ese recurso de citar a los clásicos para justificar a los contemporáneos.

Vamos a ver, una cosa es que no exista debate, pero es que estamos en unos tiempos en que lo obvio hay que postularlo continuamente. Es el problema que tenemos los críticos, los críticos de verdad, en el sentido de que somos críticos y no nos dedicamos a la propaganda de los libros, sino a analizar. Entonces yo pongo en crisis la literatura actual y me doy cuenta de que aquella que sigue las líneas más convencionales de la novela decimonónica, es una literatura que salvo rarísimas excepciones nace muerta. Y aquellas veces que sobreviven es porque el talento de sus practicantes, la profundidad de sus planteamientos, de su complejidad sociológica, psicológica… las convierte en obras que tienen aprovechamiento. A mí me gustan, lo que pasa que quizá me gustan más obras posmodernas o pangeicas que, a lo mejor y en algunos casos, son menos complejas, menos acabadas, pero a las que les veo una pureza, una energía, que es la de mi tiempo. Con lo cual me veo más reflejado en mi persona y más interesado como crítico en ellas. Por desgracia, tengo que demostrar eso continuamente.

Digamos que es tu responsabilidad, ¿no?

Es que yo no puedo defender un discurso que no es el mío. Una cosa muy aguda que decía Eliot es que el peor error que puede cometer un crítico es estar en contra de su propio gusto. Si yo escribo de una determinada manera, ¿cómo voy a defender como crítico otra? Y no trato de defender mi obra, sino una postura estética, y eso lo hago como crítico, como persona y como escritor.

Ahora que mencionas esta idea, ¿no crees que es un desafío para la crítica el adoptar ese cariz objetivo que han pretendido, por ejemplo, adoptar las ciencias sociales?

Hacer una crítica objetivista puede caer en una fuerte contradicción. En este debate podemos entrar en cuestiones muy espinosas, pero yo siempre recuerdo a José Bergamín diciendo “si fuera objeto, sería objetivo; pero como soy sujeto, soy subjetivo.” Pues bien, esto que parece una boutade, un chiste, lo veo tan preñado de sentido que se me desarman todas las reticencias. En toda lectura hay una persona subjetiva que tiene una formación que es la de las lecturas que lo han construido. Y en el momento en que son sus lecturas, y no un programa objetivo, suponen una visión personal, no media. En otras palabras: no hay una carrera de crítico literario; y, por tanto, desde que uno carga con su tradición personal, esa orientación intelectual es en sí ya subjetiva. No puede haber, llegado cierto nivel, un conocimiento objetivo de la Teoría de la Literatura, como llegado cierto punto el estudiante de Filosofía se encuentra convertido en filósofo, y en un filósofo distinto al resto, con un pensamiento personal, subjetivo, reconocible, con su propio estilo. Que haya más o menos parcialidad o imparcialidad es otra cosa. Pero subjetividad va a haber siempre en la crítica literaria. Cuando uno intenta ser objetivo, que es lo que se propone demencialmente cierta crítica general, en lo que cae es en el impresionismo. Es decir: “esta novela tiene 190 páginas. Se divide en tres partes: la primera está bien trabada, la segunda cae un poco y en la tercera levanta el vuelo”. A mí esto no me dice absolutamente nada del libro. La crítica del libro es situarlo en sí mismo y luego ante los demás libros: los demás libros del propio autor, de los demás escritores, de los demás libros de su tiempo… Y esa operación parte, insisto, de lo que sepa el crítico.

Una de las críticas que he leído en Internet sobre tus propuestas renovadoras es su posible carácter perecedero —pienso en cuando se os compara, a ti y a los de tu generación (Nocilla, mutantes…, depende de la terminología que se emplee) con Loriga o Mañas en los 90—. En este sentido, yo me planteo si no se corre el riesgo de estar construyendo una literatura efímera al intentar dar una respuesta a una sociedad, a esta sociedad, que se presume en constante cambio.

Creo que hay dos términos en tu pregunta. Si hay una generación, no es culpa mía. Es un marchamo que nos ha venido impuesto; que no digo que en algún momento incluso nos haya podido venir bien, pero desde luego no creo que ninguno de nosotros escribamos desde esa perspectiva. Cuando se empezó a hablar de Generación Nocilla yo ya tenía once libros publicados. Circular salió en 2003, tres años antes de la novela de Fernández Mallo, Nocilla Dream, y comparte con ella muchas cosas: fragmentarismo, observación sociológica, mezcla de narrativa y verso, etc.

Tienes que cargar, de alguna forma, con ese marchamo mediático.

Tú lo has dicho perfectamente: tengo que cargar con un marchamo mediático, algo con lo que no tengo nada que ver. Es un marchamo, es decir, una rúbrica falsa que intenta aglutinar una serie de afinidades, más lectoras que estilísticas de algunos autores; y es mediático, en el sentido que está hecho por y para los medios. Nosotros, en ningún caso, vamos a escribir por ello de forma nocillesca o mutante, es que ya lo veníamos haciendo.

Y en la segunda parte de tu pregunta, claro que nuestra sociedad está en constante cambio, pero no ahora: siempre.

Pero la forma en la que yo planteaba la pregunta es: si las modas, las tendencias, las tecnologías, cambian cada dos, tres, cinco años… no se corre el peligro de que la literatura que estés produciendo ahora, dentro de diez años, pierda su fuerza.

Mis libros cambian uno por uno desde que empecé a publicarlos. No hay ningún libro mío que se parezca a otro. Todos son distintos, incluso los poemarios. Alguien me dijo que no parezco el mismo poeta de un libro a otro, que parezco varias personas. Pero es que realmente las soy, y cuando una de esas personas termina de escribir, se muere y aparecen otras que van escribiendo sus propios libros. Quiero decir que mientras yo escriba libros seré cambiante.

¿Es una responsabilidad que te impones?

No, todo lo contrario. No me la impongo, sino que es mi libertad auténtica, porque me he dejado hablar a mi mismo. Un error que cometí en mis primeros libros, que gracias a dios no salieron publicados, era imponerme un modelo de escritura. A lo mejor a otros le funciona, a mí lo que me funciona es ser en cada momento el que soy.

A propósito de tu interés por la cultura urbana, que ya advertimos, por ejemplo, en un texto tuyo reciente sobre Bansky; hace un par de meses comentabas en una entrevista a Diario de Córdoba lo siguiente: «Creo que las generaciones más jóvenes, a través del rap, están en sintonía con un modo de arte consistente en sonido más ritmo más sentido, que roza la poesía y que le abre la puerta para recibir futuros lectores.» Además, en Circular 07 llegas a escribir una canción de rap en la que se pone de manifiesto tu conocimiento de la jerga (expresiones como “remierda de la buena” o “soy toy” dan cuenta de lo que digo). No me engañes, Vicente, ¿qué grupos llevas en el iPod?

(Risas) Yo creo que Eminem es una de las personas sobre la faz de la Tierra con más capacidad verbal para crear sonido y transmitir sentido, y si eso no es poesía, a lo mejor yo quiero dejar de escribir poesía y lo que tendría que haber hecho es escribir rap. El tema es que gente como Eminem, como Junior en España, y puntualmente algunas cosas como Calle 13, Ice Cube, SFDK…, —es decir, gente que se lo curra, no en el sentido retórico como hacen Violadores del Verso, que me resultan espantosos— se meten en la alcantarilla de la sociedad contemporánea, algo que no suelen hacer los poetas, salvo, por ejemplo, el último de Pablo García Casado.

Un grupo que se me ha olvidado citar y que me interesa es La Excepción, sus letras son los barrios bajos de verdad, los bajos fondos de verdad, y no hay condena de la droga, no hay moralina. Es el extrarradio de Madrid, y el que crea que eso es ficción es que no ha ido nunca a un extrarradio de Madrid y no lo ha visto.

Se trata de un espacio que, en La Gran Biblioteca, en la Historia de la Literatura y al margen del rap, nadie ha tratado…

Hombre sí, eso tampoco es justo. Hay gente, por ejemplo, como Enrique Falcón y otros de su escuela estética, que sí se han enfangado con los lados más invisibles de la sociedad.

Pero se ha minusvalorado este tipo de iniciativas.

Claro, por supuesto. Yo también me he metido en ese mundo y he escrito cosas sobre ese mundo. En Circular hay un poema que lo escribe un drogadicto y un par de piezas narrativas que están escritos desde el abismo.

Pienso también en un poema que me hizo mucha gracia, y que leo y releo y vuelvo una y otra vez a él; éste que empieza con Oye piba

Oye piba ya sé que no soy nadie…
Ese, por ejemplo, es mi primer intento de ponerle voz a un drogadicto, a un paria de la sociedad que se enamora de una profesora pija y que quiere decírselo con las palabras de su limitado vocabulario que él cree que ella puede entender. Me parece un ejercicio necesario el salir de mí e intentar darle voz a la gente porque Circular es un proyecto para darle voz a todo el mundo: no dejarme ningún sexo, condición, estado civil, raza, ocupación, estatus social…

Lo comentaba cuando publiqué mis notas impresionistas sobre Circular 07, que curiosamente es un libro que a mi juicio tiene cinco o seis millones de lectores potenciales… que es Madrid.

(Risas) Ojalá, aunque fuera la quinta parte… Creo que es un libro ante el que nadie que viva en Madrid en algún momento de su vida no puede sentirse, en algún momento, identificado.

Doy por hecho, sobre todo viendo tu discrepancia hacia la gerontocracia y endogamia hacia el sistema de la universidad en España, que también discrepas del modo en que se imparte la enseñanza secundaria.

No te quepa la menor duda, creo que es la causante de gran parte de todos los males literarios. Entre otras cosas porque los profesores de enseñanza secundaria han prestado mucha atención a lo que yo llamo la “poesía de la normalidad”, porque coincidía que en la mayoría de ellos era la única cosa que podían entender y explicar en clase.

Pero encadenando esto con lo que comentabas antes del objetivismo; en el caso del profesor, que es un lector y crítico, lo que él entiende es la poesía de la normalidad. ¿Qué es entonces lo que deberían impartir a sus alumnos?

Yo creo que los profesores de secundaria y los de universidad, en algunos casos lo que deberían hacer es leer más. Eso para empezar. En otros casos deberían leer más variadamente. También vienen de donde vienen: claro, si provienen de una universidad que les han enseñado que la estilística es la única forma de acercarse a las obras, que Derrida y todos esos franceses eran una especie de facinerosos y comunistas sospechosos que estaban en las antípodas de lo que es la literatura; y si se les ha enseñado que la literatura española acaba en 1927, y que a partir de la famosa Edad de Plata no hay nada, yo entiendo que se sale de la facultad con una especie de esencias hispánico-ibéricas que te conducen fatalmente a un gusto literario en la cual lo más radical es Blas de Otero. Sólo te han enseñado una cosa en literatura, que es realismo ibérico. Lo demás no existe.

Desde tu punto de vista, ¿qué medidas incluirías para optimizar la secundaria aquí en España?

Hombre, tampoco soy un especialista en educación para eso. Personalmente, y no hablo como director del Cervantes, sino como crítico literario, creo que los planes de estudio deberían hacer más hincapié en las humanidades en particular y poner mayor énfasis en el estudio en general. Quiero decir que ahora se estudian mucho menos horas de las que yo estudié, y yo estudié muchas menos horas de las que estudió mi padre. Gente que lleva treinta años en la enseñanza me lo dice: cada primero de carrera es más lamentable que el anterior, y esto no tiene que ver con distintos partidos en el gobierno. Creo que el adelgazamiento de las humanidades es algo que los dos partidos han propiciado o dejado propiciar, y ese adelgazamiento lo pagará el ciudadano menos culto, menos tolerantes, menos formados, con menor capacidad crítica, con mayor facilidad para ser manipulados, y en general con menos capacidad de convivencia.

En un reportaje que publicaba El País el sábado 15 de diciembre sobre los hábitos de lectura en España, Alberto Manguel decía que: "Es muy complicado hacer que un niño educado al ritmo del zapping y el videojuego se tome el tiempo de sentarse con un libro.”

Sí se sentaría, durante horas, si lo hiciera con un libro que le interesara; lo que cambia es que quizá se levante diez veces para consultar el correo, enviar un SMS, o jugar una partida en la PSP. Pero, uniendo esto con lo anterior, entiendo perfectamente que Platero y yo no le interese a ese niño; o El árbol de la ciencia, que ahora me parece un libro fantástico, pero que en su tiempo me parecía un coñazo. La parte del diálogo kantiano me parecía absolutamente insoportable. A mí me ha interesado El árbol de la ciencia después, cuando ya tenía nociones de quién era Kant, de quién era Kierkegaard, y era capaz de localizar las referencias. Ese libro era insoportable, y nos lo metían con la excusa de que el protagonista tenía la misma edad que nosotros y nos decían que nos podíamos sentir identificados. ¿Pero cómo nos vamos a sentir identificados con un preuniversitario de 1915? Eso es demencial. Yo siempre he dicho que en el instituto hay que darles de leer a Bukowski, porque esa es su vida. O quizá algo menos radical: Carver… Gente que habla de cosas que a ellos les interesa. De hecho, yo estuve a punto de pensar que la literatura era un coñazo, hasta que en el libro de 2º de BUP apareció, milagrosa y brevemente, Borges, para cambiar toda mi vida. Es lo único que tengo que agradecerle a Lázaro Carreter.

Cuando voy a un instituto, les saco el ordenador, les pongo poemas visuales, les leo los poemas que tengo sobre el Real Madrid, los chavales flipan y los profesores se quedan diciendo: «es que es la primera lectura que han escuchado de verdad». De vez en cuando también intento elevar el nivel, y leerles poemas un poco más complicados, incluso partes de Construcción, simplemente para que vean que la literatura lo comprende todo; pero es cierto que con los poemas visuales se les cae la baba.

Has admitido lo siguiente: «hay mucha confusión sobre lo que vale en literatura, en buena parte porque el antiguo compromiso civil de los escritores se está transformando hoy en uno periodístico: en vez de apoyar ideas, se apoyan ideologías»; sin embargo, no puedo evitar preguntarte sobre la otra cara de la sociedad de la información: la sociedad de consumo. Siguiendo con tu artículo Hamburguesas y poesía, ¿dónde se sitúa tu pensamiento: más próximo al de Manuel Vilas o al de Jorge Riechmann?

Esa es una buena pregunta muy complicada de responder. Yo me imagino que está en un complicado término intermedio. He hablado mucho de este asunto con Manuel Vilas, y él dice que no juzga sino que simplemente escribe lo que ve. Riechmann critica lo que ve, lo aborda desde una perspectiva. En este sentido, estoy más cerca de Riechmann, pero no por ello dejo de ir de vez en cuando a tomarme una hamburguesa. Pero yo no critico por sistema —no digo que Riechmann lo haga—, quiero decir que soy capaz de criticar a una multinacional de las hamburguesas y de criticar el hiperconsumo, pero no creo que por eso haya que irse a vivir al campo. Estoy muy en contra de algunas prácticas de algunas multinacionales.

El tema de tu perspectiva ideológica, que alguna vez intenté sonsacar a través de tu blog alguna…

Es que me da mucha pereza hablar de mi punto de vista ideológico, no le interesa a nadie.

Un tema que —dentro de tu gran abanico de intereses—, tal vez no es uno de los más destacados, éste de las prácticas de las multinacionales y la globalización.

No, no, tengo escrito mucho sobre eso. En Pangea lo toco, pero en Pangea tuve que dejar fuera muchas cosas, y una de las partes que dejé fuera fueron cincuenta folios de dura revisión de la globalización. Pero es que ya ha sido tan tratado el tema de la globalización que no me pareció necesario recuperarlos…

¿Estaba en la línea de No logo, quizá?


Sí, sin duda en la línea de No Logo, por supuesto. En el sentido de que la globalización podía haber sido muy buena pero ha sido un auténtico desastre. Es una globalización del ultracapitalismo. ¿Que el mundo tenía que ser globalizado, como dicen ciertos sectores a favor de la globalización? Con eso estoy de acuerdo, pero de otra forma.

Para concluir, al margen de Topomaquias, ¿para cuándo nuevas publicaciones de la factoría Vicente Luís Mora?

(Risas) Bueno, Circular 08 debería salir en 08 y Circular 09 en 09, pero ahora me preocupa más escribir que publicar. Estoy intentando tener más tiempo para escribir y siguen saliendo cosas porque durante un tiempo escribí mucho: este libro que sale, Topomaquias, es un libro relativamente antiguo, hay ensayos del año 99, 98, 2000. De hecho, parece que publico mucho pero mis libros me están llevando una media de ocho años. Como digo, este último libro de poemas se va a plantar en diez años hasta que lo termine de escribir, no de pulir, con lo cual podemos estar hablando de doce años tranquilamente. Pocos poetas tardan tanto.

lunes, 24 de diciembre de 2007

Porn from the brain, porn for the brain (Parte Primera)

—¡Warren, tienes menos de veinte segundos para soltar la mierda y entramos!, ¿ok?

Warren, en primer plano, asiente con gesto confiado. Se sacude los hombros como un boxeador; mueve la cabeza del hombro izquierdo al derecho y viceversa haciendo sonar las vértebras. Resopla. Después señala al director para que cierre la claqueta. Tras de Warren, se aprecia el escenario de un camerino con su correspondiente espejo y un cordón de luces de navidad que recorre el marco. Pegada al cristal y amordazada, hay una bailarina de ballet, desnuda de caderas hacia arriba.

—Tres, dos, uno… ¡Acción!

—No nos cansamos de repetirlo —dice Warren a la cámara con una media sonrisa, enarcando las cejas y gesticulando con los brazos como un rapero de Brooklyn—. Desde uve doble uve doble uve doble sexyntellectuals barra freaks dot com, portal abierto al debate de ideas y al ocio audiovisual, jamás perseguimos el tratamiento de la mujer como un mero trozo de carne —alargando la erre; así: carrrrrrrrrrrrrne—, como decía aquella célebre portada de Hustler allá por mil novecientos setenta y ocho, ¿recuerdan? Muy al contrario, entendemos que nuestros seguidores, cuyo perfil responde a un nivel cultural medio-alto (así lo demuestra el estudio de la consultora Giddens en el primer semestre de año), no son en absoluto maleables ante la violencia audiovisual —al fondo la stripper se desgañita en vano, emitiendo un grito quedo—. Y es por esto, y porque ustedes forman parte de una generación que creció con películas de Tarantino, elepés de gangsta rap y páginas pornográficas, por lo que nos atrevemos a ofrecerles la evasión más hardcore del mercado

Desde realización se incluye en el video una ráfaga desarrollada en apenas décimas de segundo en la que puede leerse:

SEXYNTELLECTUALS.com

Porn from the brain, Porn for the brain


—¿Saben una cosa, amigos míos? Esta pequeña zorrita de diecinueve años que ven en pantalla —y Warren deja unos instantes de silencio para que la cámara enfoque a la bailarina en un primer plano del todo borroso, a imitación del realismo casero que caracteriza los videos de YouTube. La cámara recorre la mitad inferior del cuerpo: de los pies, calzados, cómo no, con tacones de aguja, a la pelvis, cubierta por una minifalda de cuero rasgado— se fue de casa desobedeciendo a su papá y a su mamá; de un portazo, como lo oyen. ¿Y saben qué? —la bailarina, agotada en sus intentos por hacerse oír en el exterior, empieza a tomar un color de cara rojizo, muy próximo a violáceo—, lo hizo por dinero. ¡Por dinero, joder; por dinero! Posiblemente lo hizo para conseguir su dosis de droga. Es… es… es espantoso, señores —con gesto de asco, como si acabase de tomar una cucharada de potito radiactivo—. Espantoso. Aborrecible. Demencial. Su avaricia la llevo a enseñar estas lechosas tetitas —en este punto, Warren pellizca uno de los pezones de la bailarina, ya con la cara bañada en lágrimas— ante las decenas de mentes perturbadas que cada día pagan su entrada en este cabaret londinense. Pónganse en la piel de sus padres, ¿sienten ya la vergüenza, el dedo acusador de la opinión pública? Pues hoy, desde Sexyntellectuals punto com, vamos a hacer justicia. Haremos que esta niña se arrepienta de su díscola conducta.

Desde realización dan paso progresivo a la canción Dance de Frantic, de Grayskul, que añade a la situación, piensan, un plus de violencia.

—Dinos, pequeña, ¿cuál es tu nombre?

—…

—No tienes nombre, ¿no? Está bien. ¿Debería llamarte Putita Expósito, quizá? —Warren se carcajea hasta saturar la entrada de audio, el master—. Aunque seguramente tú no captes el chiste, no eres lo suficientemente intelectual —y Warren guiña un ojo a la cámara y levanta el pulgar—. Por si ustedes no lo sabían —dice ahora en voz baja para que la bailarina no pueda escucharlo, y dirigiéndose a la cámara—, Expósito era un apellido que se ponía, mucho tiempo atrás, a aquellos bebés cuya procedencia se desconocía; bebes abandonados, quiero decir.

Warren procede a sacarse de los pantalones una pistola, con la que apunta a la cabeza de la bailarina.

—En fin, te llamaremos La Puta del Rey, nena. Y como intentes escapar, mis amigos y yo te vamos a violar por doce orificios o más, como en 2666, como en los feminicidios de Ciudad Juárez. ¡Charlie! —dice Warren a la cámara—, ¡enseña a nuestro público quiénes son nuestros amigos!

Charlie, el cameraman, hace medio travelling para mostrar al público el resto del equipo cinematográfico; buena parte del mismo, en un estado físico envidiable.

A continuación, las escenas se suceden rápido: Warren abofetea a La Puta del Rey. Warren baja la minifalda a La Puta del Rey. Warren le dice puta a La Puta del Rey. Warren pone sobre el suelo y en decúbito prono a La Puta del Rey y Warren encañona con la pistola al órgano sexual de La Puta del Rey. Es entonces cuando el cameraman hace un primerísimo primer plano de la escena, como si se tratase de un documental médico y no de una snuff.

Mientras, se oye a Warren decir:

—Queridos telespectadores, en nuestra pretensión por haceros partícipes y productores de pornografía en tiempo real, vamos hoy a inaugurar una alternativa interactiva al porno unidireccional al que acostumbran. Es la televisión interactiva, personalizada; el futuro está aquí. ¿Ven esta ruleta? —la pantalla ahora se divide en dos: en la parte izquierda la cámara de Charlie explora las cavidades de la bailarina, mientras que una segunda cámara graba una ruleta sobre un tapete verde, ubicada junto al espejo con luces en el camerino—. Pues bien, enviando un SMS al número que ven abajo en pantalla con la palabra VIOLACIÓN seguida de su nickname y el número al que apuestan, el afortunado o afortunados tendrán la posibilidad de hacer realidad sus sueños más morbosos… ¡Envíen sus mensajes ya! Tienen diez segundos: Diez, nueve, ocho, siete…

Warren gira la ruleta. La bola cae en el número dos.

Desde realización, suprimen la imagen de la ruleta y conectan con la webcam del afortunado —en la parte superior derecha de la pantalla—, que en este caso se trata de una mujer con aires de ejecutiva.

—¡Enhorabuena por tu premio, LolitaNabo! —dice Warren.

Se oyen las risas del equipo de producción.

—Gracias, querido —responde, mordiéndose el labio inferior, la ganadora del concurso—. Llámame Brenda, si quieres.

La cámara de Charlie, por su parte, sigue queriendo imitar el procedimiento de una endoscopia.

—Estupendo, Brenda. ¿Y qué quieres que hagamos con La Puta del Rey?

—Doble penetración anal —responde sin titubeos Brenda, como quien pide una Tender Crisp Chicken con salsa picante y patatas fritas.

Se oye a Warren tragar saliva.

—Uuuuuh… Doble penetración anal. Eso va a ser muy doloroso, ¿verdad que sí, cariño?

—… —responde La Puta del Rey.

Sin embargo, en un movimiento perfectamente ejecutado, y que recuerda a ciertas películas de Jackie Chan, La Puta del Rey se levanta del suelo dando una patada a la pistola de Warren. De un salto, La Puta del Rey se pone de pie y coge en el aire el arma. Con ella apunta a Warren; luego, de un tirón, se quita la cinta aislante de la boca. La cámara sale disparada, y con ella Charlie.

—Doble penetración anal, ¿eh, cabrón?

—…

—¿Era eso lo que me ibais a hacer tus amigos y tú?, ¿eh? ¡Charlie!, ¡no dejes de grabar; por tu puta madre!

En realización aplauden el share.

—Toma: doble penetración anal —y La Puta del Rey le dispara a las pelotas. Los pantalones se le llenan de sangre—. Túmbate. Túmbate o te vuelo la puta cara, hijo de puta cabrón.

Warren, combado de dolor y sujetándose la entrepierna, se deja caer al suelo. La Puta del Rey se quita los tacones, que se los encaja a Warren vía anal.

—Uuuuuh, eso tiene que doler —dice la bailarina.

La Puta del Rey —recordémosla desnuda de pelvis hacia arriba— apunta con la pistola a Charlie.

—Haz un jodido travelling. Quiero que vean lo mariquitas que pueden llegar a ser en este equipo.

Brenda a.k.a LolitaNabo, cuya expresión es aún visible en la esquina superior derecha, mira alucinada a la pantalla del ordenador; piensa: «hemos llegado al clímax de la sociedad audiovisual, donde cada rol actúa como si presentara unos jodidos informativos.»

Con un trémulo y lento movimiento de mano, consiguiendo así el deseado efecto YouTube, Charlie graba lo que ocurre tras de sí: director, eléctrico, sonidista… todos están aterrorizados.

De pronto, la cámara cae al suelo. La Puta del Rey ha encajado un disparo en la cara del director. Se oye como sale del camerino con los pies descalzos.

—¡Corten! —vocea alguien.

Pero ese “¡Corten!” no ha sido apreciado por Franky.

sábado, 22 de diciembre de 2007

Oda a la banlieue: Bonus Track. Top 6 videoclips de rap europeo.

Nie ein Rapper (Bushido & Saad). Cuenta con prácticamente todos los elementos que apelan a la estética del rap europeo —y cuando digo europeo digo francés y alemán—: enormes bloques de hormigón, voluntariosos halterófilos, inmigrantes magrebíes en puestos callejeros de fruta, narguiles, chicas de ojos altivos, backgammon, partidos de fútbol, puentes, vallas, graffiti, una ciudad fría, el clásico paseo de Bushido en automóvil caro (en este video, cambia el clásico BMW por un Mercedes), hostilidad, boxeo, armas (blancas y de fuego), violencia, vías de tren, tiendas de tatuajes, suciedad, DJ’s, pasajes subterráneos, persecuciones ante la policía, perros asesinos, inmigrantes con papeles en regla… Un video de 10.




Ça vient de la rue (IAM). Un aplauso por su capacidad de reciclaje es lo que se merecen estos ancianos del rap francés. Tras más de quince años sermoneando al personal, ahora van y se compran ropa guapa y se ponen a representar a la nueva generación de raperos de gorras de visera de plato. IAM te trae la mierda que se ve por las calles de Marsella: deporte, break, graffiti, parkour, skate... Pero qué talentosos son estos chicos. Otra vez más, la voluntad, el estoicismo y la vanidad son valores en los que encuentran un anclaje los chavales del extrarradio. Atención a las muestras de chovinismo al final.




Mein Block (remix) (Sido). Sido dice al principio algo así como: “Te ríes de mí en tu casa unifamiliar porque crees tenerlo todo… Aquí todos somos estrellas… tenemos amigos, sexo y drogas” Si las pibas del bloque de Sido son de verdad, rápidamente nos marchamos todos a Berlín. Aunque cuesta creerlo, ¿verdad?




Departaments (Noyau Dur). Más de lo mismo: representar la Banlieue. Pero con autobuses quemados de verdad.


Booty Call (Lord Kossity ft. Chico). Enorme síntesis de música de baile y rap, enorme obscenidad en lo que a vestimenta se refiere la de Lord Kossity y enormes pibas —no tan enormes como en Morenas—. Mi consejo: no reclamen a sus novias grandes dotes conversacionales. Esto no es mil novecientos sesenta y ocho. Mejor, díganles que muevan sus caderas como las chicas de este Lord francés.



Komm mit mir (Kool Savas). Simplemente me gusta esta mierda. Coches y pibas, antropología masculina; como rubitas secretarias de Raymond Chandler.

viernes, 21 de diciembre de 2007

Oda a la banlieue ("Donde hay antagonismo, hay esperanza")

De Copenhague a Barcelona: / Marsella, banlieues; casas okupas en Notting Hill. / Salas con aforo para dos mil pavos atestadas de turcos, / turcos que vienen de fumar narguiles / de hachís, jugar backgammon, y venden droga a los ricos de su ciudad / y se reúnen / en ratoneras del centro de Toulouse: familias / de siete u ocho miembros durmiendo en literas; que madrugan / para descargar camiones de naranjas / en mercados / ambulantes. / También para hacer pan, poner ladrillos. Sin papeles. / A la noche rapean inspirados por nuestras canciones / y saltan vallas para robar, a punta de navaja, las furgonetas / en los polígonos. / Ellos prenden fuego a las líneas urbanas de autobuses, / si bien, a quien están pegando fuego —en realidad— es al sistema. / Baudrillard dijo: /

Es cierto que la lógica de este sistema es irreversible, pero también lo es que ésta desarrolla a la vez una reversión procedente tanto del exterior como de su propio interior. Se produce un antagonismo ubicuo que crece mucho más rápido que el propio poder mundial. Por consiguiente, el sistema podría ser en última instancia derrotado. Al menos estamos viendo en todas partes el surgimiento de una singularidad violenta que es la prueba de que no hay integración. Y esto es, en cierta medida, algo positivo. Porque la integración es lo peor, la muerte. La realidad integral es la muerte. Por ende, allí donde hay desintegración, donde hay ruptura –ruptura de la relación de fuerzas, del encantamiento– y donde surge antagonismo, hay esperanza.

Sus mujeres —algunas de sus futuras mujeres—, tal vez luzcan velos / de luto. ¿Y qué si les asquea lo Occidental, eso que algunos se empeñan en llamar lo Occidental?

Llenamos tarimas por todo el continente / y los periódicos, entre tanto, silenciosos. El virus se extiende.

Algo se mueve por debajo de la tierra.

domingo, 16 de diciembre de 2007

Obsesiones del autor: El tiempo muerto

Hay que matar las horas. Mientras esperas. Las horas perfectas son las que paso delante de esta máquina. Pero hay que tener horas imperfectas para obtener horas perfectas. Tienes que matar diez horas para hacer que otras dos horas vivan. De lo que tienes que tener cuidado es de no matar TODAS las horas, TODOS los años.

Charles Bukowski, El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco



Aquél era el problema de ser escritor, ése era el principal problema: tiempo libre, demasiado tiempo libre. Tenías que andar esperando a que se acumulara el material para poder escribir y mientras esperabas, te volvías loco, y como te volvías loco, bebías; y cuanto más bebías, más loco te ponías.

Charles Bukowski, Música de Cañerías



El patrimonio que más nos pertenece: las horas en que no hemos hecho nada… Son ellas las que nos forman, las que nos individualizan, las que nos vuelven desemejantes.

Ciorán, Ese maldito yo



Como recuerda Antoine Compagnon, Proust anteriormente estaba de acuerdo con Taine cuando decía que las horas de ocio eran las más fecundas para el espíritu

Christian Salmon, Tumba de la ficción

viernes, 14 de diciembre de 2007

Especial Navidad: 'We wish you a Merry Christmas" (de 'Elisabeth en escala de grises')

A continuación, para ese intimísimo grupúsculo de lectores que se reúnen fieles, alrededor de una chimenea, para leer este blog; tengo el placer de ofrecerles un cuento de navidad con final feliz. También en ibrahím-berlin.blogspot.com encendemos un arbolito y ponemos el calcetín antes de tiempo. Damas y caballeros, tengan unas felices fiestas. De todo corazón, les quiere:

Ibrahím B.


Alrededor de los once años, el muchacho magrebí, ataviado con la equipación de su equipo de fútbol favorito —estampado de Otaysa en el pecho—, da seguidos toques a una pelota en el aire. Es la primera vez, por otra parte, que ponen villancicos en el patio del Reina Sofía y muérdago en las paredes. Brillan las lucecitas. Estudio el talento del chaval; es francamente bueno. Lo más sorprendente de todo es su resistencia al frío. Ningún chándal protege sus delgados brazos y piernas. Deslumbran esos calzones blancos que sugieren la nieve de la Sierra. Claro que, puestos a sospechar, me digo, sugiere más el detalle de haber elegido el patio de un museo de arte contemporáneo para entrenarse en soledad. Tal vez, y sólo tal vez, haya visto demasiados episodios de Oliver y Benji. Mi conciencia aconseja: no menosprecies al niño, Klaus. Por nada del mundo lo hagas.

Da ahora toques con la cabeza y los hombros, hasta trece seguidos. Luego el balón es rotado en su dedo índice.

Desafiante, me mira; me dice:

—¿Qué pasa, chaval?

Y me lanza la pelota al estómago para que la coja.

—¿No crees que hace demasiado frío para jugar al fútbol así? —le digo con escepticismo.

—…

—Pareces bueno, tío. ¿Te mola el fútbol?

—Me gusta el fútbol, aunque solo como a ti la publicidad; no es nada más que un medio para salir de la pobreza. Si yo pudiera, amigo, entraría ahora mismo en La Central y me llevaría todos los libros que quiero leer, montañas enormes de libros como torres de Babel; pero no, Klaus la vida es dura.

Así que sabe mi nombre y profesión, ¿eh? Vaya, vaya…

—Ya veo, ya —digo, fingiendo que no me sorprende en absoluto la información personal que de mí conoce —. ¿Te gusta leer, dices?

—¿Tú que crees?

—…

—Sloterdijk, Zizek, Barthes, Deleuze, ya sabes… Pero claro, son libros más bien caros, y por consiguiente, voy de cabeza a la ignorancia, ¿me sigues?

Ladeando la cabeza, lo observo. Me ahorro el comentario de: «pareces muy maduro para tu edad, ¿no?»

—¿Y qué es lo que lees, entonces?

—Mm… Cosas que no entiendo ni a la de tres. ¿Y sabes por qué?

—¿Por qué?

—Porque los libros de las bibliotecas, por lo general, son viejísimos —me dice tan lento que parece deletrear, casi tratándome de bobo; como si lo que explicase estuviese demasiado lejos de mi realidad—, y como tales, están escritos en un lenguaje abstracto. Un lenguaje que escapa a mi generación. Lo mío, lo que no escapa a mi entendimiento, Klaus, es el fotograma como unidad mínima de expresión. Formo parte de la Generación Nintendo.

—Vaya papelón —respondo, dirigiendo ahora la vista al café del museo, donde todo sería perfecto si Elisabeth me acompase y yo, bajo las violáceas luces de neón, con un par de cafés capuchino sobre una mesa de diseño minimalista y láminas abstractas en las paredes, pudiese tomar su mano, besarla con los ojos acuosos, y decirle cuanto la eché de menos en todo este tiempo de silencio.

Entonces, embriagado por cierto espíritu navideño, me aproximo al muchacho con el balón bajo el sobaco, me pongo en cuclillas y coloco una mano sobre su hombro para después, con todo el cariño que caracteriza mi actitud de padre, darle un par de palmaditas. Le miro a los ojos; en ellos leo rabia e injusticia. Este mundo es un asco, pienso. Sin embargo, jovencito, seguro que a ti te irán bien las cosas.

Saco la billetera y digo, con el mismo timbre viril con el que los padres se disponen a explicar a sus polluelos el uso del preservativo, las siguientes palabras:

—Joven, ni te imaginas cuánto me recuerdas a mí cuando yo tenía unos cuantos años menos, y pasaba las horas en este mismo lugar, pero sin la equipación de Butragueño, eso sí, ni tampoco tu talento como deportista, hojeando poemarios que jamás pude comprar y que, por tanto, ralentizaron mi aprendizaje.

Como el franquismo, pienso en un alarde de historiador que nunca tuve. Como la década ominosa. Como el Medioevo.

Qué grande eres, Klaus, me digo.

Y sigo:

—Aquí tienes doscientos pavos, jovenzuelo. Gástatelos en saber.

El niño me da un tierno beso en la mejilla. Sin despedirse, sale disparado como una bala hacia La Central, a punto de la hora de cierre.

Al marcharse, como es de suponer, me asalta un terrible sentimiento de nostalgia. De la pitillera saco un Marlboro. Ahora soy yo el que se hiela de frío. Soy incapaz de entrar a la cafetería sin la compañía de Elisabeth.

Doy una calada…

Los minutos se suceden…

Y en los altavoces: “We wish you a Merry Christmas…”

Miro al cielo. Creo que no tardarán en caer los primeros copos de este invierno.

Cargado de bolsas de papel, sale el muchacho…

pero…

¿¡Qué es lo que ven mis ojos!?... ¡Santo Dios!, ¡trae a Elisabeth de la mano!... ¡Oh, gracias, gracias, GRACIAS!... ¡Un milagro! ¡Es un jodido milagro navideño! ¡¡ESTE NIÑO ES MI ÁNGEL DE LA GUARDA!!

Sin hablarnos, me fundo con Elisabeth en un largo e intenso beso.

El niño corre a una mesa de la cafetería. Allí, sentado con ejemplares modales y las piernas que no le llegan al suelo, nos espera tras de un libro abierto.

Cambian el disco de villancicos por Die Zauberflöte. Buena elección.

Mientras Elisabeth encoge su cabeza sobre mi pecho, aprovecho para mira al cielo y dar gracias al espíritu de la Navidad. ¡Gracias, Corte Inglés!




Al paso del trineo que conduce Santa Klaus y el sonido de los cascabeles que agitan sus renos y enanitos, caen los últimos copos del año sobre Madrid.

Porque la vida puede ser maravillosa.

martes, 11 de diciembre de 2007

Estás podrido, tío

Apenas hace unas semanas que anote lo siguiente:

Es frecuente que al repasar papeles presencie cómo un avispero se instala en mis vísceras. Estás podrido, tío, me digo. Tras haber tratado asuntos como la psicología de los vándalos del barrio, el consumismo, la publicidad, el altermundialismo, la imposibilidad de modificar conciencias o la infidelidad, valoro como una absoluta falta de elegancia mi escritura. Aun consciente de que mis intenciones son nobles, a saber, ser un autor responsable, el desencanto es irreversible. Si fuera un hostelero estaría en la dirección de un comedor escolar y no al lado de la vanguardia de cocina catalana. Sería la mía una labor social en toda regla, sí; pero qué relativista no cae en la trampa que tiende el concepto de “alta cultura”. Sobre todo, suelo padecer estos accesos de desconfianza cuando me enfrento a autores diametralmente opuestos a mis fundamentos. Recuerdo, por ejemplo, cómo el modo en que Murakami humaniza la infidelidad me hundió durante días enteros. Odié al nipón, in fact. En cuanto al fiasco más reciente, éste vino de la mano de William Vollmann; un tipo que a pesar de fumar crack para conocer la marginalidad, es capaz de construir novelas como Europa Central. Un tipo que, al lado de mi literatura fragmentaria, marginal e intermitente, ha escrito treinta mil páginas. Treinta mil.

Wittgenstein afirma que «los problemas se solucionan, no dando nueva información, sino reordenando lo que siempre hemos sabido». Perfecto. Tras un largo transcurso de tiempo incapacitado para escribir texto alguno, dada la sodomía que sobre mí ejerció la altura moral de Vivaldi, Handel o incluso Shostakovich; dan respuesta a mis problemas un poema de Javier Moreno sobre Bach —que explica, por parte de alguien que no negará su tiempo, mi misma nostalgia hacia un pasado del todo imposible— y el ensayo Next, de Baricco. Afirma el italiano:

Sé que suena mal al decirlo, pero lo que nos provoca aversión, tratándose de zapatillas o de hamburguesas, es una experiencia que aceptamos sin ninguna resistencia cuando están en juego cosas más nobles. Beethoven es una marca. Lo son los impresionistas franceses. Kafka lo es. Shakespeare lo es. Hasta Umberto Eco lo es. E incluso La Repubblica o Mickey Mouse o la Juventus. Son mundos. Que significan más de lo que son. Tienen sus reglas, y nosotros las aceptamos. Quiero decir: nos convencemos de que las patatas fritas de McDonald’s son buenas con la misma ilógica maleabilidad con la que aceptamos que Beethoven no compuso nunca un fragmento malo e inútil, que todo Shakespeare es genial […] Habrá quien diga: sí, pero Beethoven no explotaba indignamente a los indonesios para fabricar sus zapatillas. A lo que se podría objetar, si quisiéramos ser cínicamente polémicos, que gran parte de la música clásica nació gracias a que fue pagada por un mundo aristocrático que, a la hora de explotar, no bromeaba en absoluto.

Ese es el quid: la democratización del sentimiento como McDonalds de Manuel Vilas. Caballeros, dense cuenta que, si alguna vez mis contemporáneos y yo escribimos mierdas (así es, no hay por qué decir otra cosa; really good shit) a años luz del sentimiento de los clásicos, fue porque los autores dejaron de vivir en castillos de Luis II de Baviera. Y da igual que desesperadamente siga persiguiéndose una interpretación trágica de la actualidad o una actualización de la tragedia. That’s not possible, my folks. Conformémonos con la ironía. Hay mucho más de humanidad y progreso social en lo que en nuestros días se cuece que en Beethoven. Que va, no merece la pena anhelarlo.

sábado, 8 de diciembre de 2007

Pronto, muy pronto, 'La ley de Moore'. Prepárense para la avalancha: van a rodar cabezas

Pronto, muy pronto, si todo sale bien y la literatura, al fin, acaba por integrarse definitivamente en la sociedad de la información; los escritores serán sometidos a una más que exigente suerte de ley de Moore (“cada 18 meses la potencia de los ordenadores se duplica”) aplicada a las corrientes estéticas. Se trata, claro, de una insoportable presión que no responde sino a un rasgo de la manida definición de posmodernidad enunciada por Jameson, entendida como lógica cultural del capitalismo tardío. Traducimos la metáfora —por los pelos, eso sí—: "cada X meses, toda línea estética acabará por devaluarse y ser sustituida por otra emergente con el doble de energía, igualmente perecedera pero no por ello de ínfima o inferior calidad."

Hasta ahora, sucede que las modas literarias —hablo, por supuesto, de literatura legible— pueden incluso perdurar un lustro; como mucho una década. Después no hay nada. Sus autores, luego de haber enriquecido otra ramificación de la historia de la Literatura, simplemente mueren. Pasan cadavéricos a esa misma historia y dejan un vacío por ocupar.

Los autores que alimentan este proceso son, con poca capacidad de interpretación que tengan, plenamente conscientes de ello. Hablamos de algo parecido a lo que ocurre en el entorno de la publicidad: después de no más de diez años de trabajo, todo creativo está listo para la jubilarse. O como lo que sucediera con las vanguardias artísticas a comienzos del XX: movimientos intelectualmente más que solventes, pero de efímera existencia.


Quédense, pues, con la moralina que viene: un producto cultural de calidad ya no tiene por qué resistir el paso del tiempo, como sucede con los clásicos, en la medida en que resulta incompatible adaptar al arte unos usos sociales contemporáneos que solo son de usar y tirar.

viernes, 7 de diciembre de 2007

Las tribulaciones del joven Klaus

Fui al Prado apenas una hora antes de su cierre. Caía sobre Madrid la noche.

(Y era domingo.)

Entré en una sala de pintura flamenca del XVII. Vacía. Y contemplé con éxtasis y ardor en los ojos una escena de Venus, que se hacía rodear de toda clase de instrumentos musicales. Al fondo, una cristalera daba paso a un prado en el que se levantaba un castillo como los de Luís II de Baviera.

Hice una comparación. Pensé, ¿por qué a mi diosa del deseo no podría yo ubicarla donde se merece, esto es, en un salón como el del lienzo, y dejar de someterla a la cocaína, las discotecas en Torre Europa, y las carreras de coches con el Porsche en la Castellana? Dime, cuál es el por qué; dame una respuesta.

Sentí, al igual que los románticos, anhelo por un pasado heroico y de pureza. En él, mi diosa del deseo pasearía por bosques, desnuda entre el follaje, y dejaría su huella sobre la de faisanes y pavos reales.

Nadie tiene ni idea de lo que pueda llegar a ser un celular o una banda ancha.

Ya en el arroyo —junto a las vaquitas de leche Milka— nuestros once hijos de aspecto nórdico corretearían alegres; hermosos y sanos. Rubios.

Quisiera que explotara este tiempo, que la historia bajase de una vez el telón rojo, y volvieran los poetas a caer del lado de la locura y el preciosismo.

Quisiera una segunda residencia diseñada por el gran Albert Speer.

¿Cuánto hace de la última vez que respiramos el aliento fresco de los sauces, querida Elisabeth? Vayámonos de aquí a recrear al Superhombre. Sentados frente a una mesa con candelabro y dos vasos de vino discurriremos sobre los pesares que afligen al vulgo, debilitado por sus bajas y traicioneras pasiones consumistas.

Soñaba yo, insisto —frente a la pintura—, que tú tocabas el arpa, ese instrumento incapaz de emitir cacofonía alguna; y los cabellos largos te caían sobre los hombros. Marais acompañaría tu tañido. Yo esperaría a que acabaras tu melodía para hacerte el amor, lento, bajo el baldaquín de la cama. Y en la espera saborearía, una a una, la dulzura del jugo de las uvas recién cortadas por el lacayo de librea.

(La cama NO es Ikea.)

Las mañanas en el lago, leyendo a Nietzsche o Hölderlin.

¡Como no dar por ti la vida entera, Elisabeth, si soy yo el único romántico sobre la Tierra!

Un romántico, en efecto, que aguarda a consumar la única razón para existir frente a una pintura flamenca, y dedica sus ansias creadoras a dotar de personalidad a meros embutidos o cadenas de supermercados con tal de vestir a su amada de perlas.

Pronto, muy pronto, Elisabeth, y como sucediera hace ya casi ochenta años, el dinero perderá su valor —si es que hubo vez alguna en que lo tuvo—. El pueblo exigirá firmeza en los valores de sus dirigentes, y su esfuerzo se materializará en una bucólica y pacífica sociedad.

Aparté del lienzo los ojos acuosos. Lloraba de pura felicidad.

martes, 4 de diciembre de 2007

Elisabeth en escala de grises (LA TRAGEDIA) (fragmento)

Lo mío es hablar en estado de shock; la inconsciencia, como la sociedad que frecuento. He recibo el golpe más duro de mi vida y sé que las secuelas (algunas de ellas) serán incurables. Estoy condenado a hablar congelado en el tiempo. Es terrorífico pensar en dar el paso definitivo sin ti, Elisabeth, por lo que prefiero anclarme en el limbo y deshacerme de cualquier emoción. Sin ti, querida, me conformo autista. Bebo cerveza en una discoteca del centro de Madrid cualquier día entre semana después del trabajo. Alrededor todo es jolgorio, risas y vasos de tubo que se caen y hielos que se convierten en agua de alcantarillas a nuestros pies. Suena Oasis, Nirvana, Lenny Kravitz, RHCP, Ozzy Osbourne. Yo, sin embargo, fijo la mirada en un punto cualquiera de los pósteres que empapelan las paredes del local y de repente veo el último recuerdo que de ti me queda. Hablamos a través de un programa de mensajería instantánea y estás tú en la esquina superior derecha de mi ordenador, envuelta por un albornoz y ante una taza de leche con cacao que te hace detener el discurso. Nos separa un filtro en escala de grises. Me dices, con una frivolidad que asombra; una frivolidad que, ante la ventaja de ver sin ser visto —tenía mi webcam estropeada, ¿recuerdas?—, me hace levantar de la silla agitando los puños, maldiciéndolo todo, secándome el sudor fío con un pañuelo de cachemir; me dices, digo, que estás cansada de la relación a distancia. Admites que será mejor que cada cual decida su camino en función de sus circunstancias, y me planteas: ¿para qué seguir arrastrando maletas hasta Barajas? Ay, Nicolás, Nicolás, precisamente esta mañana estuve discutiéndolo con Jennifer mientras engullíamos unos cruasanes recién orneados. Me dijo: Eli, deberíais tomaros un tiempo. No es una situación cómoda para ninguno de los dos. ¡No es una situación cómoda!, me dices que te dijo Jenny. ¡¡Maldigo la comodidad, maldigo el ideario de vida burguesa y maldigo que me pongas de excusa la molestia de los asientos de la aerolínea Vueling!! Fucking seats!, matizas. Son más incómodos que los de la EMT, llegas a decirme con tal de atenuar el golpe, si bien a mí todas tus excusas me parecen patéticas (al borde de la locura), pero… pero… pero… vendería a mi madre por recuperarte, Elisabeth. Vendería a mi madre y a mi padre a un traficante de órganos tailandés. Permanezco callado, me echo a llorar. Cualquier colega de la oficina me recomendaría ver el aspecto lúdico o irónico de la situación. ¿Pero es que nos hemos vuelto locos?. A mí todo esto me parece una tragedia espectacular como el Antiguo Testamento o Shakespeare; una tragedia para el siglo XXI. Concluyes tu exposición con las siguientes palabras: ¿te has parado a pensar en mí, Nico? ¡La city me necesita! Y yo no estoy dispuesta a abandonar el Támesis ni mi INTERPOL como tampoco tú lo estás para el Manzanares y tu agencia… Una chica me pide fuego. Se lo doy. Me lo agradece.
*

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PRÓXIMAMENTE nuevos fragmentos de Elisabeth en Escala de grises: «¿Sabía Vd. que las putas de Casa de Campo piden comida del Telepizza?»

jueves, 29 de noviembre de 2007

Cosas que me gustan (fragmento de 'Elisabeth en escala de grises')

Cosas que me gustan: escuchar mi respiración pausada con el automóvil detenido en un semáforo rojo de la Castellana, de regreso al apartamento a medianoche, y en el equipo musical los conciertos para piano de Prokofiev. (La ciudad en neón, es rasgo indispensable.) Desanudarme la corbata; desahogarme. Con la cabeza embotada tras más de diez horas frente al Vaio, hacerme preguntas espinosas. Me digo: si no fuera por Elisabeth, ¿habría llegado hasta donde estoy en la agencia por mí mismo? ¿Tengo yo la suficiente ambición como para pelearme con una falange de leones en la arena más caliente solo por dinero? ¿De verdad he sido yo educado en los valores del capitalismo? Etcétera. Luego arranco el coche y conduzco con el pulso tembloroso. (Sospecho que moriré con Parkinson.) Cometo torpezas al volante pero estoy inmunizado ante la violencia con que otros dirigen sus bólidos de carrera. Tengo un Porsche, ¿lo he dicho? No puedo evitar interpretar mi actitud como la de un romántico posmoderno; en resumidas cuentas, pensar que cada piedra que con paciencia dispuse sobre el que hoy es mi palacio era fruto del amor por Elisabeth. Cosas que se hacen por amor —como dice la canción—: ganar pasta, gastar pasta. Elisabeth, Elisabeth, Elisabeth, tú eres mi último vínculo a la ingenuidad del mundo de los niños en este otro mundo —el de verdad— endiabladamente materialista, un mundo en el que es posible comprar prácticamente cualquier cosa. Lo sabré yo bien, experto en vender casi cualquier cosa que responda a los honorarios de la agencia. A tu lado, Elisabeth, creo en el amor eterno. Eres tú la pieza que da sentido a mi existencia. Así es. Y mientras pienso en todo esto conduzco lo más despacio que se me permite, como si temiera llegar a casa. Pero no, lo cierto es que deseo llegar a casa. Deseo hablar contigo. Ay, Elisabeth, si supiera lo que me espera…

martes, 27 de noviembre de 2007

Registros

Quizás este libro sólo puedan comprenderlo aquellos que por si mismos hayan
pensado los mismos o parecidos pensamientos a los que aquí se
expresan.


Wittgenstein. Prólogo a Tractatus logico philosophicus.



Decía Lacan que el estilo es aquella persona a la que está dirigido. Conviene recordar esta idea en un periodo histórico en el que los avances llevados a cabo en literatura están supeditados a un método de trabajo de carácter sociológico; método que ofrece innumerables posibilidades creativas, dadas las combinaciones que pueden realizarse concibiendo los distintos grupos sociales, bien como emisores, bien como receptores. O sea que en la actualidad no vale solo con describir la realidad de un contexto con un registro adecuado al lector medio[1], sino que se hace necesario escribir pensando en arquetipos de lectores del todo impredecibles. (Ejemplo paradigmático: 99 ejercicios de estilo, de Raymond Queneau). Y da igual que se sea consciente de que a sus manos no llegarán nunca sus creaciones. Asimismo, ese lector medio debe ser consciente de esta idea y alterar su modo de interpretación del texto. A él se le exige, en principio (más adelante veremos una tercera combinación) una conducta histriónica con el objeto de ejecutar una primera decodificación correcta. Pongamos por ejemplo a Raymond Carver: en su caso, la realidad de la que habla, su estética, se corresponde con el estilo que emplea. Sus personajes podrían ser sus lectores —que, desde luego, no representan a ese lector medio; y ésta es una de las claves de la originalidad del autor norteamericano—, aunque también podría darse el caso de tratar ese mismo mundo que lo caracteriza con una voz proyectada desde circuitos sociales acomodados —el de aquellos que sí cumplieron el sueño americano—; o viceversa. La tercera combinación de la que hablaba es fruto de que el lector imposte un proceso de decodificación distinto a la visión del emisor y a la del receptor. Siguiendo con el ejemplo, pensemos en un Carver deprimido cuyo objeto de trabajo es el triunfo americano, y cuyo lector se ve representado por un ciudadano utópico contextualizado en un espacio donde la igualdad entre ciudadanos es un hecho. Y así ad infinitum.

[1] Para disgusto de aquellos intelectuales obsesionados con la definición del concepto, he de admitir que el lector medio, a mi juicio, se trata de una figura únicamente intuida, indefinible y cambiante; algo que tampoco es óbice para la validez de mis propuestas.

sábado, 24 de noviembre de 2007

«Yo creo que tú necesitas un par de MOJAMBOS»

Damas y caballeros, mío es hoy el honor de ceder la palabra a los muchachos del barrio. Ellos hacen llegar la literatura allá donde nadie quiere mancharse las manos de HEZ. Amigos míos: tómense un kit kat. Disfruten del aspecto lúdico de la situación. Toleren. Sean relativistas. Abran sus horizontes. Y si no, márchense a leer La Razón. Con todos ustedes, desde Móstoles, Madrid: Entil.

Añadase a esto un bonus track de obscenidad. Sido (Berlín), Fuffies im club. Representando la mejor mierda teutona, cremita caliente:

viernes, 23 de noviembre de 2007

Más fundamentos deontológicos

(Seguimos con La luz nueva)

Comenta Vicente Luís Mora en La luz nueva: «Lo que quiero decir es que si a uno le llaman cortazariano y no ha leído a Cortázar, quien tiene un problema no es el crítico, sino el autor, que es culpable: 1) de no conocer la referencia; 2) de haber transitado caminos ya poblados por otros, sin saberlo.» En efecto, uno de los objetivos que debería perseguir la infraestructura de los escritores en materia cultural, es el de no repetir ideas y formas que otros autores han transitado con originalidad y, por tanto, mejor.

Bien es cierto, por otra parte, que el fenómeno de la intertextualidad hace prácticamente imposible no repetir formas e ideas. Cuando surja esta circunstancia —que la infraestructura intelectual de un escritor sea refrendada por textos que ya figuran en la historia—, dicho autor debería comportarse con humildad y recurrir a la técnica de sampleado de la que hablaba Fernández Mallo: «mi novela Nocilla Dream, que acaba de salir al mercado, tiene una técnica tanto constructiva como intrínsecamente poética totalmente paralela a la que usan los DJ para componer, es decir, como si estuviera ante la mesa de un sampler, ese instrumento milagroso por el cual estos músicos llevan a cabo su apropiacionismo (sampleado) de otras piezas musicales para transformarlas en algo que supera la suma de las partes, es decir, en una energía sinergética.»

jueves, 22 de noviembre de 2007

Desafío para los pangeicos

Afirma Vicente Luís Mora en La luz nueva que: «vivimos una época en la cual el ocio se ha identificado con la evasión. El trabajo aliena y el ocio desconecta con la realidad. Todo cuanto nos rodea (videojuegos, tv, Internet, cine, drogas, alcohol) está hecho para que escapemos de la realidad o la veamos menos.» En este sentido, considero que aquellos autores denominados por el crítico como pangeicos —a saber, la más inmediata de las vanguardias literarias en nuestro país—, a pesar de haber asumido sin prejuicios la aserción de Mora, no ha conseguido del todo —o mejor dicho, creo que no se lo ha planteado aún— pergeñar una auténtica escritura del ocio. Quiero decir que en la literatura de dichos escritores (y pienso en poetas como Javier Moreno y Mercedes Cebrián, así como en el propio Mora) aún hay un importante espacio para la reflexión, ya sea ésta denotada o connotada; un espacio que sigue anclado en la realidad alienante: la de las jornadas caracterizadas por el tedio de los transportes públicos, los empleos basura, los bajos salarios o las grandes ciudades abrumadoras.

Así pues, se trata éste de un punto que hace entroncar la poética de los autores citados con el consuetudinario carácter sesudo de la literatura. Igualmente, sirve este rasgo para plantear nuevos retos en el terreno de la escritura una vez que, por fin, haya sido procesado el relevo generacional de la crítica, así como los lectores hayan asumido los cambios propuestos por los pangeicos.

A mi juicio, la deriva tomada por los actuales vanguardistas se verá continuada, por llamarlo de algún modo, y siguiendo con la célebre distinción de Porta entre alta cultura pop y baja cultura pop, por una alta cultura hollywoodiense (quizá un término poco acertado, sí, pero que de alguna forma confío en que sirva para seguir acabando con prejuicios del tipo: producto comercial = producto perecedero). A lo que me estoy refiriendo, damas y caballeros, es a una literatura que consiga, al igual que los videojuegos, la televisión, Internet, el cine o las drogas; una evasión real de la realidad. Una literatura amoral e integrada en aquello que Debord critica fervientemente en La sociedad del espectáculo: « El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizada por imágenes.» Y también: «La sociedad que reposa sobre la industria moderna no es fortuita o superficialmente espectacular, sino fundamentalmente espectaculista. En el espectáculo, imagen de la economía reinante, el fin no existe, el desarrollo lo es todo. El espectáculo no quiere llegar a nada más que a sí mismo.»

Digo yo que si todos nosotros, autores incluidos, consumimos productos evasivos, ¿por qué no íbamos a trasladar su efecto a la literatura? ¿Por qué no perseguir con un poema trasladar al lector el mismo efecto que una raya de cocaína?, ¿eh? ¿Por qué no?

domingo, 18 de noviembre de 2007

Futbolines

A Berlín, pero no sólo a él, sino a casi todos aquellos de los que se rodea; le parece tentador cualquier mañana de fin de semana dedicada, en exclusiva, a rebobinar la noche anterior. Es el no hacer nada; inevitablemente, llegar a la conclusión de que la diversión se haya allá donde uno quiera ubicarla. A modo de ejemplo, pongamos un pueblo del interior. No más de siete mil habitantes. Berlín, que con el cuello envuelto en una kefiya roja provoca, entre los más jóvenes feligreses del bar, la odiosa comparación con el mantel de picnic; comparte macetas de calimocho con Alice, algunas de sus amigas, y los cuatro componentes de un grupo punk —todos ellos, lejos de lo que pudiera parecer, cuidan su aspecto hasta adoptar los clichés sesenteros de la escena indie urbana—. Afuera el frío es insoportable, una de esas noches de diciembre y la sorpresa en forma de nieve a punto de acaecer. Prueban a jugar a los futbolines. Las colillas van acumulándose unas sobre otras sobre los ceniceros de las esquinas. De fondo estallan los cristales de los vasos de tubo al colisionar con el suelo. Otros agudos proceden de los brindis de los licores. Constantemente, una amiga de Alice, enfundada en un chándal impecablemente blanco, se lleva la lengua al dorso de la mano para lamer restos de sal y limón. Al final, a eso de las cinco o así, acaban todos sentados frente al único bar de música alternativa de la localidad, como teleñecos encima de un pequeño parapeto que separa la calle de las vías del tren, y los pies colgando. Bertrand Russell, de seguro, de hallarse allí, hubiese tomado nota apresuradamente para su Conquista de la felicidad. Es entonces natural que a la mañana siguiente, cuando Berlín se despereza, a éste no le plazca hacer nada más que encogerse en posición fetal bajo el nórdico, presenciando cómo graniza en el exterior, y llamar a Alice con el fin de comentar la jugada.

sábado, 17 de noviembre de 2007

La Crema de la Crema

Cuando yo cursaba mis últimos años de instituto —modestia aparte— / pensaba mejor que toda Europa en el 68. / Podéis imaginároslo: derivaba hacia la corriente / más pesimista del existencialismo francés. Pobre. / Hoy, amigos míos, absorbo el malta mejor que Vileda. / Voy por el barrio. Me paran. Me dicen: / «¡Eh, pastelero!, ¿nos darás ya la receta / de La Crema de La Crema?» / Soy frívolo. Soy un frívolo hijo de puta, negros. Así es. /Si el ego pesara / necesitaría los brazos de una diosa india para sostenerme la testa. /Sé que te mola mi rollo, nena. / Pero tranqui, tíos. Todo perece. Vaneigem lo dijo:

La historia actual recuerda a ciertos personajes de dibujos animados, a los que una alocada carrera arrastra repentinamente por encima del vacío sin que se den cuenta, de modo que sólo la fuerza de su imaginación les permite flotar a tanta altura; pero cuando se aperciben de ello, caen inmediatamente.

Es siempre la misma mierda, la misma mierda todos los días.

jueves, 15 de noviembre de 2007

Fundamentos deontológicos en la crítica berliniana

1. La misión del crítico responsable consiste primeramente en trazar y diseccionar la cartografía de la sociedad, a partir de la cual es posible relacionar cada uno de los espectros con su corriente literaria o autor. Ergo, el crítico no es crítico si no es sociólogo. 2. El objetivo indispensable de toda crítica es responder al “para quién” del texto. Es decir, el objetivo de toda crítica es identificar el lector implícito. 3. La misión del autor responsable no es otra que la de tomar la cartografía del crítico y trazar una línea de investigación por todos aquellos espectros que no cuenten con su literatura. 4. El autor debe descreer de prejuicios. 5. En esencia, el autor no es nada salvo materia voluble que adaptar a una realidad. 6. Además, el autor ha de saber que toda conducta es válida. 7. Cualquier rol puede ser desempeñado por un autor con la única objeción de cuidar el cordón umbilical que lo une con la literatura. Algo así como si se tratara de una suerte de satélite que rota en torno a un astro matriz y constantemente corriese el peligro, dado el propósito de desvelar los enigmas del cosmos, de perder el contacto con dicho cuerpo sobre el cual gravita. Es decir, el autor responsable debe desplazarse como funambulista por la frontera que separa a los escritores de los no escritores.

martes, 13 de noviembre de 2007

¿Lecturas moralistas?

Empecé a descreer de las lecturas moralistas cuando, deslumbrado tras más de seiscientas páginas de exposición a la publicidad de la mano de Naomi Klein, decidí que mi futuro estaba en aquel mundo de plástico. En serio, cuando concluí la última página de No Logo me dije que quería convertirme en publicitario de los pies a la cabeza. El fracaso de la canadiense fue estrepitoso conmigo. Más tarde pensaría en todas las publicaciones alternativas de las que por mucho tiempo fui seguidor, Le Monde Diplomatique y cosas por el estilo. Admití que su eficacia era cuestionable dado lo probable de que a sus lectores les caracterizara cierta “voluntad de ser persuadidos” por el medio y sus principios. Es decir, recordé a los funcionalistas americanos primero. Después a Noelle-Neuman y su espiral del silencio: si había alguna forma de exprimir hasta la última gota de las aguas turbulentas que circulan por las conciencias de los ciudadanos de la sociedad de consumo, ésa era exponer a estos, no a ningún texto moralista, sino a un contexto moralista. Si acaso a un autor tan inmoral o más como ellos (y en este sentido pensé, cómo en mi caso particular, me habían sobrecogido las lecturas de Houellebecq o Beigbeder más que la de la canadiense). También me dije: ¿por qué casi todos los poetas que conozco se presumen de izquierdas?, ¿es que acaso ellos no tienen miedo a ejercer el rol de grupos de resistencia dentro de las masas? Desde luego que el caso de los poetas, como el de los intelectuales de izquierda, admite muchos matices. Digamos que, siguiendo la teoría de sistemas de Bertalanffy, ambos grupos constituyen sistemas cerrados; bolsas de aire que en el momento de su creación sí pudieron ejercer cierta resistencia, pero que en la actualidad es más que dudoso su papel dado el vínculo nulo que los une con otros sistemas sociales.

domingo, 11 de noviembre de 2007

Think Different!

La piedra angular de mi pensamiento es una línea que une a J. M. Dru con Jean Baudrillard. Como al primero —como a cualquier autor moralmente responsable—, me obsesiona el salto creativo. Algo parecido al manido salto de Fosbury del que hablan los publicistas o a lo que Martin Amis cuenta en su guerra contra el cliché sobre Kasparov, quien, delimitando un cordón sanitario con el sectarismo que por entonces caracterizaba el mundo del ajedrez, consiguió aplicar un importante lavado de cara a éste. También yo suscribo, en palabras de Dru, que «cada vez que se cambia el enfoque de una lente o se altera una perspectiva se da un salto cualitativo»; nada más simple para explicar la apertura del horizonte de expectativas del que la Escuela de Constanza hablaba en el terreno de lo literario. De esa idea, de la tendencia a proyectar la realidad siempre desde una lente alternativa, derivo siempre que me es posible a una suerte de desintegración social. Dice Baudrillard: «Al menos estamos viendo en todas partes el surgimiento de una singularidad violenta que es la prueba de que no hay integración. Y esto es, en cierta medida, algo positivo. Porque la integración es lo peor, la muerte. La realidad integral es la muerte. Por ende, allí donde hay desintegración, donde hay ruptura —ruptura de la relación de fuerzas, del encantamiento— y donde surge antagonismo, hay esperanza.» Así es, si la integración es la muerte, la esperanza late con fuerza en el seno de la erótica de la contradicción.

sábado, 10 de noviembre de 2007

«¿A QUE TÚ NO TE LO PUEDES PAGAR?» (Spot)

La acción se desarrolla en uno de esos espacios de las grandes ciudades donde converge toda clase de espectros sociales. Una pandilla de punkis, sentados en el suelo y drogados hasta rayar el ridículo, se ríe con escándalo de una joven pareja de novios Arno Ducati. Éstos, sentados en un banco, parecen estar esperando a alguien (debe sugerirse que, a pesar de que la pareja Arno Ducati es todoterreno en el sentido de que no le hace ascos a nada, son otros los espacios —menos heterodoxos, tal vez— que frecuenta). Un miembro del grupo señala el logotipo de la marca del jersey que delata a la pareja en su condición de “PIJOS”. El chico —que de ninguna de las maneras debe parecer un militante de las nuevas generaciones del Partido Popular, algo que exige en grado sumo cuidar su cabello (RAYAS A UN LADO NO, PLEASE!)— se levanta del banco, se dirige hasta posicionarse frente al punki dejando varios metros de distancia (la situación no debe entrañar riesgo para ninguna de las partes) y, mirándolo a los ojos, le pregunta con contundencia y elegancia pero también con educación, juntando y frotándose las palmas de las manos y con media sonrisa y una ceja arqueada (se admiten variables): «¿A que tú no te lo puedes pagar?». Después emplea a modo de pinza los dedos pulgar e índice de ambas manos para cogerse el jersey, siempre con suavidad y sin que el gesto sea demasiado holgado (no es plan el que parezca un negrata de Brooklyn). Primer plano del jersey. La pregunta desubica a los punkos. La novia, con expresión maliciosa, empieza a reír con discreción, coquetería y falsa ingenuidad. Se lleva las manos a la boca. El anuncio concluye con el plano de la chica (rubia, con el pelo largo y minifalda Arno Ducati) de piernas cruzadas. En la pantalla aparece el nombre de la marca y eslogan: ARNO DUCATI. QUE NO TE VACILEN.

jueves, 8 de noviembre de 2007

Interludio: Arrogancia, el perfume de los espartanos.

(Mira chaval, las palmaditas en la cara ve a pedírselas a otro. Yo sólo soy un espectro de escritor que atraviesa por una racha de esplendor en tanto que pienso que le jodan a la fama. Hago lo que quiero. Aún no he definido mis lectores porque me no privo de guardar las distancias con mis más inmediatos entornos, pero mirándome el ombligo he descubierto campos vedados a mi paso que nunca más volverán a desempolvarse. Ese es mi mérito, el riesgo de no mirar atrás conforme cruzo un desierto de ideas con mi yo y mi mierda, la mejor de ellas. Y entre tanto, la infidelidad prosigue su rumbo.)

martes, 6 de noviembre de 2007

Apéndice a 'Lo hermoso de ser yo': Introducción a la Crítica Berliniana

(O cómo ponderar objetivamente un texto a través de la valoración cuantitativa de sus receptores)

[…] Considérese que hasta la primera mitad del texto (concretamente hasta: «Solo la angustia, el vacío.»), éste constituye, a efectos prácticos, no más que un puñado de frases retóricas que persiguen un efecto de arrogancia. Ergo, la primera mitad del texto encaja con todo aquel que practique esta conducta o sepa leerla desde un enfoque irónico. Es a partir de la segunda mitad de la narración, justo cuando ésta deriva casi en una pataleta que busca el enfrentamiento con cierto circuito literario, así como legitimar una metodología de reproducir literatura; que el número de interesados queda notablemente restringido. […]

Lo hermoso de ser yo

Entiendo que no os parezca un filósofo. Me consta que aún no habéis hallado el modo de venerar cuando el hombre recurre con pericia a la frivolidad y consigue salir indemne de una situación crítica. Yo soy frívolo, así os lo he hecho creer. Toda responsabilidad acerca de mi imagen pública, por tanto, recae en mí y en nadie más. Pasarán los años. Con ellos narraré derrotas cada vez más grandes, triunfos cada vez más imposibles. Si la suerte está de mi lado, que lo estará, generaré una gran fortuna con unos u otros medios, pero siempre vinculados estos al ejercicio de la escritura. Seré un noble novelista o un vil publicitario. Seré lo suficientemente holgado en lo económico como para, por fin, sentirme satisfecho de mi nacimiento. Los caminos, que en la juventud pudieran parecerme un horizonte abierto para atravesar como el forajido que se funde en el sol; serán angostos, lo cual no exime el deleite. Una cosa no quita a la otra. Uno envejece, en efecto, y advierte que muy pocas, menos de las que uno creía cuando todavía no había salido del cascarón, son las alternativas para exhibir las plumas más fastuosas que cada pavo real guarda en la recámara. Robe lo dijo, si bien lo hizo sin ningún ápice de banalidad; no como yo. Dijo: «Salir, beber, el rollo de siempre.» Tras de estas tres cosas, nada existe. Solo la angustia, el vacío. Yo soy un cerdo arrogante sentado en el poyo de una puerta que se refugia de las tormentas, no con un libro, sino con música enlatada a veces. Otras, directamente, pierdo la mirada en el vacío. Es en este punto que me diferencio de vosotros: yo soy un malhablado. Y no quiero decir que frecuentemente recurra a términos de carácter malsonante. Que va. A lo que yo me refiero es que, lejos de vuestros hábitos, mi sintaxis oral, cuando no estoy escribiendo, es torpe. Errática. No más de media hora diaria de dedicación al ejercicio de la literatura y me agoto. Al fin y al cabo es un juego, ¿no?; y yo convivo con gente muy alejada de los trucos de la retórica. No soy tan bueno como vosotros, dispuestos siempre a dejarlo todo por un libro. Ridículos, como Ken­­­nedy Toole, hasta el grado de pegaros un tiro en la sien por un jodido libro no publicado. A eso lo llamo yo falta de gusto. En fin, amigos, como decía, pasarán los años, bajarán los humos, tendré una familia, escribiré novelas de más de doscientas páginas. Entre tanto, por favor os lo pido, dejadme disfrutar de las ventajas que presenta para un bisoño la marginalidad, como el Bolaño de Amberes o el Onetti-Bartleby que recriminaba a Vargas Llosa que —en una línea de trabajo bien distinguida de la de éste— su relación con la literatura era de amantes y no de matrimonio. Yo no tengo, como vosotros, esa prisa que mata.

viernes, 2 de noviembre de 2007

Fragmentos de 'Déjalo todo por amor'

Bien es cierto —y de esto, amigos, nunca hay que olvidarse— que cuando todo tu orgullo queda reducido a partículas de polvo, la Gran Vía mira para otra parte. Mientras haya algo que consumir, un escaparate que nos diga guarradas al oído, un pantalón que entre toda una multitud se fije en nosotros para coquetear, un cartel anunciando hamburguesas orientales frente a un restaurante americano de comida rápida, una película que nos haga reír y llorar en menos de noventa minutos; todo lo que no sea entusiasta, todo lo que no sea participativo, sencillamente es que no existe. Es en esos momentos de infinita tristeza en la gran ciudad, cuando esperas que un ejército de Godzillas resquebraje los adoquines sobre el metro de Callao y asomen sus cabezas escamadas y devoren el cartel de Schweppes con malos modales, asusten a los consumidores y, por fin, éstos, de una vez por todas, se caguen de miedo. Que sepan que también ellos son vulnerables, tanto o más como tú. Regresar al Jurásico. Que los bichos verdes aplasten taxis y buses, las bolsas de papel y los pubs en Madrid Centro, la corriente de seres humanos que fluye como el agua podrida por las cañerías de los barrios.

A veces, digo, todos querríamos ser astrónomos para observar desde fuera aquel punto azul en el espacio. Ese maldito píxel.

*

Imaginemos por un momento que ahora soy yo quien accede a las súplicas de Miranda. Sin comerlo ni beberlo, me despego sudoroso las sabanas una mañana en la decimotercera planta de un hotel del Distrito Federal. ¿Qué hago yo aquí?, me pregunto. Intento hacerme el extraño, el exiliado, aunque la verdad es que sé perfectamente cuál es mi cometido aquí. De lo único que se trata esta historia es de un enamorado valentísimo, un enamorado que, no sé muy bien por qué, se me antoja un tanto hortera. Recuerdo entonces el vuelo, la mano de Miranda que me agarra al despegar, el negrísimo cielo, apenas infernal o incluso mortuorio, del Atlántico a medianoche; las lucecitas del avión, la copa de Champán, el brindis por Hispanoamérica y la nueva vida que se presume repleta de sorpresas, los besos a dos mil pies de altura y, para concluir, la impresión durante el trayecto de no sentirme incomodado por formar parte del espectro social que compone tanto yuppie. A un lado de la cama duerme ahora la mejicana encogida de hombros. Me levanto desnudo e incluso antes de mirar la campana de polución de la ciudad, aquello en lo que me detengo es —cielos, cuánto deseaba decirlo— en mi verga. En mi verga agotada, la pobre. En fin, nada de esto está tan mal ni resulta tan traumático como pudiera parecer a priori. Lo que son las cosas, ¿no? Y eso que de más joven fui bastante reacio a viajar. Enciendo el televisor y decido ver, in media res, una telenovela de inspiración cristiana. No, en efecto, nada de esto está tan mal. Bye, bye, Madrid.